Al otro lado del cerro, en tierras verdes y húmedas, frescas de rocío y una etapa quemada, ya no deseaba plantearme, como no me planteo ahora, las razones de aquella plenitud. Era feliz y pertenecía a aquella cama de pasto y hojas. Cierro los ojos y vuelvo a estar allí.
Mi parte corpórea, todo lo que en mí haya de irracional e incoherente, todo lo que no se plantea razones ni porvenir, ni convenios, es (y siempre ha sido) de la naturaleza. Está en mí, en un espacio y un tiempo no encuadrable en coordenadas. Viajo de mí hacia mí, al interior y la encuentro; verde musgo, verde arlequín, verde hierba, verde esmeralda, verde selva, verde oliva, agua marina.
Me entregué como un regalo en un envoltorio de convenciones. Así fui desenvuelta y bañada por el sol.